Viernes 12 de enero de 2024
Como seres humanos, gran parte de nuestro éxito evolutivo depende de nuestra habilidad para cooperar. Con lo anterior se explicaría una conducta ubicua en las sociedades humanas, que es la de castigarlas violaciones de las normas sociales que comenten otros individuos y que ponen en riesgo la armonía de la cooperación.
Podemos encontrar múltiples ejemplos de estas infracciones y las respuestas que provocan en nosotros en nuestra cotidianidad: imagina que alguien ignora un paso de peatones, se mete en la fila para comprar, o llega a una fiesta, come más que nadie y se va sin pagar ¿reaccionarías del mismo modo a todas estas infracciones? ¿darías la misma respuesta si quien comete la infracción es un pariente, tu jefe, o un desconocido?
Las estrategias de castigo y el contexto bajo el cual estas se aplican han sido estudiados principalmente en ambientes controlados de laboratorio, lo que, si bien permite aislar fácilmente los factores relevantes, puede dejar de lado aspectos imprescindibles de cómo ocurren estas interacciones en entornos reales. Además, la mayoría de estos estudios se han realizado entre desconocidos, y podrían esperarse respuestas diferentes dependiendo de la naturaleza de la relación entre los individuos.
Es por esto que un grupo de investigadores se propuso analizar los mecanismos de castigos a infracciones en la cotidianidad de los participantes, para lo cual se recopiló información por medio de cuestionarios aplicados diariamente durante dos semanas, con un posterior periodo de seguimiento. A partir de las respuestas obtenidas, se distinguieron diferentes estrategias de penalización social: la principal clasificación contempla, por una parte, los métodos directos, tales como la confrontación verbal y física; y, por otra parte, métodos indirectos como la evasión y aislamiento del transgresor, o el comentar con los pares la conducta transgresora (murmuraciones)
Entre los factores que se consideraron estaban la relación de afecto y de poder entre el castigador y el transgresor, la gravedad de la transgresión y las emociones sentidas al momento de castigar la infracción.
De manera general, al consultar sobre qué tan dispuestos se encontraban a utilizar cada método, los indirectos eran elegidos con mayor frecuencia que los directos, siendo la murmuración la más indicada. En la práctica, la murmuración era efectivamente la conducta más utilizada, aunque la confrontación directa era más frecuente que la exclusión social. Llama a la atención que, cuando los agentes se encontraban en el mismo lugar físico, la confrontación se utilizó de manera similar a la murmuración, y ambos se aplicaron en mayor medida que la evasión, lo que es contrasta con las motivaciones señaladas anteriormente.
Cuando los participantes sentían más afecto hacia los transgresores, la motivación por penalizar la conducta era menor, y se prefería la confrontación directa por sobre la murmuración y la marginación social. Una posible explicación de esto es que la confrontación facilitaría en mayor medida una modificación de la conducta transgresora, lo que importaría más a quien castiga si el infractor le es afectivamente más importante.
Lo anterior es consecuente a los resultados obtenidos en relación a quién era el afectado por la infracción de la norma: aunque la frecuencia de penalización era similar cuando quien aplicaba el castigo era víctima directa o solamente un observador, la confrontación era más utilizada en el primer caso. De este modo, mientras más relevante sea para el individuo cambiar la conducta del infractor, se preferirán los métodos de castigo directos por sobre los indirectos.
Si bien podría pensarse que la intensidad del castigo infligido es proporcional a la gravedad de la falta, los resultados exhibieron el patrón contrario: mientras más grave era la falta, menos se utilizaba la confrontación directa, y más los métodos indirectos. Una posible explicación es que las personas que transgreden gravemente las normas pueden ser percibidos como más “vengativas” y por tanto más propensas a responder a los castigos con represalias. La consideración de las represalias también podría explicar por qué se prefiere confrontar directamente las faltas de los seres queridos: sería menos probable esperar una respuesta negativa por parte de éstos.
La relación entre la estrategia preferida y la posición de poder del infractor muestran un patrón que podría explicarse con el mismo principio: mientras más poderoso el infractor, menos se utiliza la confrontación directa, y más los métodos indirectos, pues alguien poderoso es más capaz de aplicar represalias efectivas. En la misma línea, los individuos percibidos como menos influyentes están más propensos a ser confrontados por sus faltas y al momento de castigar las faltas de otros suelen preferir estrategias indirectas.
Si se consideran las emociones de los individuos cuando aplican una penalización, las sensaciones de enojo se correlacionan con respuestas de confrontación, mientras que el disgusto o el asco con la utilización de estrategias indirectas.
En síntesis, las estrategias de castigo utilizadas se eligen de manera contextualizada, siendo los beneficios esperados por cambiar la conducta del infractor y el miedo a las represalias los factores más influyentes al momento de decidir qué método de penalización aplicar. Estas conclusiones traen implicaciones relevantes en modelos teóricos acerca de la evolución de la cooperación y el origen y difusión de normas sociales, además de ser útiles para explicar fenómenos relativamente recientes, como el comportamiento de las personas por redes sociales.
Referencia:
Molho, C., Tybur, J.M., Van Lange, P.A.M. et al. Direct and indirect punishment of norm violations in daily life. Nat Commun 11, 3432 (2020). https://doi.org/10.1038/s41467-020-17286-2